Veintiocho

Venimos sin saber pero eligiendo,
descalzos, con frío, y en alaridos.
Nos dan un nombre, también un apellido.
Empezamos en cuatro patas,
hasta que enderezamos la columna
y nuestro camino.

Nos dan herramientas, palabras,
ropa, calzados y cariño.
Vemos a nuestros pares,
sociabilizamos, nos extendemos,
y soltamos rienda a lo desconocido.

Así comienza todo,
en constante cambio,
acelerado, rápido y con ruido.
Nos educamos sin gusto y en masa,
que sólo es el génesis
de lo que a lo largo del camino pasa.

Salimos verdades asumiendo,
entre ellas la del sudor por el pan,
que será casi perpetua,
en un trajín muy lento.

Nos palpita violento el corazón,
porque caminando nos topamos una razón.
Hacemos nuestro ese sentimiento,
y le ponemos títulos a una relación.

Nos inculcaron sobre la propiedad privada,
y no hay motivo para que justamente ésto, sea una excepción.

Soñamos perpetuarmos en otro cuerpo.
Regalarnos cosas, promesas, versos.
Convertidos en  mitades de naranjas,
olvidando que somos uno, y completos.

Hay que avanzar de casillero,
no hay tiempo para preguntarse.
Quizás no nos dimos cuenta,
que el mandato social llegó para quedarse.

Llegaron los hijos, las tareas, las cuentas.
Los malabares de tiempo, la falta de ocio,
las vacaciones cronometradas,
y la pregunta que no hago
para que no me mientas.

Perdemos un turno,
sigue girando la ruleta.
Reseteamos lo que podemos,
bucle infinito servil a esta treta.